El rol del adulto desde la mirada Montessori

La Dra. Montessori afirmó que “si hay alguna esperanza de ayuda y salvación, solo puede porvenir del niño, porque el niño es el constructor del hombre.” (Montessori, La mente absorbente del niño, 2014, p.1).
Ella creía firmemente que el niño es el agente transformador de la nueva humanidad. Pero el niño no está solo frente al mundo, sino que vive rodeado de adultos que pueden perjudicarle y obstaculizarle o de lo contrario guiarle y facilitarle el camino hacia el nuevo porvenir.


El adulto tiene que asumir unas responsabilidades y un rol clave que facilite este proceso de cambio. El educador y la educación deberían ser el ámbito de revolución para el nuevo porvenir. Para conseguir que “la futura humanidad”, es decir, los niños de hoy día, cambien y regeneren el mundo, es necesario que el adulto del “hoy” no obstaculice los potenciales innatos que vienen “de serie” en cada niño. 

La Dra. Montessori nos dejó, tanto en sus conferencias cómo en sus libros, un legado muy valioso y fortuito para nosotros, del cual intentaré resumir y extraer la esencia de lo que nos quiso decir.

Este rol del que nos habla Montessori consiste primeramente en que deberemos proporcionar todos los medios necesarios para que el niño llegue a ser el nuevo hombre del mañana, cambiado y renovado. Para eso, lo principal es comenzar por respetar al niño, a su dignidad y a su persona. En entradas anteriores os he hablado de la mente absorbente, de los periodos sensibles, de las necesidades y tendencias humanas, y aún faltan otros conceptos como los de: la normalización, obediencia a la vida… (que intentaré escribir más adelante) Pues bien, si empezamos por RESPETAR y ACEPTAR al niño tal y como es, conseguiremos que la renovación florezca de seguida.

   “El adulto tiene una misión que cumplir, tan complicada e intensa, que hace siempre más difícil la suspensión de la misma como requeriría el hecho de seguir al niño, adaptándose a su ritmo y a sus necesidades psíquicas de crecimiento” (Montessori, El niño, el secreto de la infancia, 2014, p.217)


Otro aspecto fundamental es que el adulto sea conocedor del niño, es decir, debe conocer quién es el niño, qué secretos esconde la infancia, qué necesita en cada etapa evolutiva de su vida, ser capaz de observarle en su ambiente sin interferir y obstaculizar para poder ofrecerle lo que necesita y aquello que mejor responda a sus necesidades del momento. Respetará  la naturaleza funcional del niño, sus tendencias humanas y los ritmos naturales de cada uno para fomentar la autonomía en ellos, dejándoles que interactúen libremente con el ambiente preparado (no sustituir sus acciones si el niño puede hacerlo solo). 


La conquista de la independencia es un proceso complejo y gradual (primero independencia física, después comunicativa, pensamientos y voluntad y por último moral). Por tanto, el adulto debe guiar la adquisición progresiva hacia la independencia, sin obstaculizar, ni detener, ni sustituir la inercia del niño, ya que sino podríamos perjudicar su desarrollo, pues como bien dijo María Montessori “Cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo”.

El ambiente preparado es fundamental para el buen desarrollo natural y espontáneo del niño, y será el adulto el encargado de preparar un ambiente agradable, tranquilo, cálido, con materiales adecuados para cada etapa de desarrollo (observando y respetando sus necesidades y periodos sensibles), fomentando situaciones de trabajo acordes con la edad evolutiva (aumentando la dificultad progresivamente) y variarlas a menudo. Además, será el encargado de establecer unos límites (claros, conscientes y firmes) y una disciplina positiva para garantizar un buen clima en el ambiente y que el niño llegue a conquistar su libertad, logre la obediencia interna y adquiera autocontrol (normalización).



El adulto fomentará esa disciplina hacia el trabajo, la actividad y no hacia la pasividad, la inmovilidad o la obediencia a otro ser. La disciplina no es una cosa preexistente, es algo que se consigue con el tiempo, paciencia y respeto al niño, despertándole la curiosidad hacia un trabajo u objeto que le conduzca a la concentración, al gozo y disfrute de la actividad. Para ello, el adulto debe saber organizarse muy bien y tener claro cómo actuar. Ser muy creativo y prepararle mucha variedad de motivos de actividad. Observar mucho al niño, ver más allá de él, y registrar su seguimiento y evolución. Aún así, primero debería observarse a sí mismo, puesto que antes de observar a los demás, debemos saber quiénes somos y cómo somos nosotros mismos, liberarnos de nuestras malas tendencias e investigar nuestros propios defectos. “Quítate primero la viga que tienes en el ojo y sabrás quitar luego la pajuela que se halla en el ojo del niño” (Montessori, El niño, el secreto de la infancia, 2014, p.167)



Y sobre todo, uno de los aspectos más importantes es la auto-preparación, el adulto debería querer saber más sobre el niño, de sorprenderse ante el milagro de la infancia que está contemplando ante sus ojos, maravillarse ante el trabajo de un niño que algún día se revelará y mostrará su verdadera naturaleza. Nosotros, mientras tanto, emplearemos nuestras energías para conseguir provocar ese despertar.

     “Debemos insistir en la necesidad de que el maestro se prepare interiormente, estudiándose a sí mismo con constancia metódica: es preciso que logre suprimir los defectos, intrínsecos en él, que serían obstáculo en sus relaciones con los niños” (Ibídem, p.167)







Comentarios

Entradas populares